Nació en Rosario, Argentina, en 1963. Su extensa y exitosa carrera como autor e intérprete a nivel iberoamericano y europeo incluye unos treinta discos grabados, un récord de ventas a nivel nacional con El amor después del amor (1992) y la obtención del premio Grammy al mejor álbum latino de rock o alternativo, además de diez Grammys latinos. Como cineasta, escribió y dirigió La balada de Donna Helena (1994) —por la cual recibió el Premio del Jurado en el Festival de La Habana—, Vidas privadas (2003) y ¿De quién es el portaligas? (2007). Su relación con la escritura comenzó a formalizarse con una serie de artículos publicados en el suplemento ADN del periódico La Nación y se extendió con la novela La puta diabla (2013, reeditada en 2016 por Emecé), el volumen Diario de viaje (Planeta, también de 2016) y la novela Los días de Kirchner (Emecé, 2018).
Las esperadas memorias del músico, intérprete, compositor y escritor argentino.
Así comienza: «De niño conocí el olor de la muerte». Y así (lógicamente) termina: «Continuará…». En el medio, cuatrocientas páginas de memorias cuyo etiquetado frontal debiera advertir: altas en emoción, agudísimas en cultura pop, refinadas, bestiales, amorosas, explícitas. Fito Páez pasó el encierro pandémico recordando y escribiendo, repasando y puliendo episodios, ajustando cuentas y desarreglando todo lo demás, en un ejercicio de introspección al que la palabra «prodigioso» le queda pintada. De la infancia rosarina narrada en un travelling virtuoso al apogeo de su juventud con la locura de El amor después del amor, el recorrido es, como los mejores caminos, largo y sinuoso. Infinidad de escenarios, nombres, lugares, anécdotas, homenajes, viajes, borracheras… y la tragedia y el amor marcando el ritmo de un relato que parece rapsodia: una suma de partes que hace de este libro de memorias una larga canción perfecta.
«Sucedió más o menos así. Charly, sin saludar a nadie, se sentó a mi lado. “Por qué dicen que vos tenés mala onda conmigo?” Me quedé helado. Me abrazó y sonrió mientras encendía un joint que acababa de sacar del bolsillo de su saco. “Cómo voy a tener mala onda con vos, que sos todo en mi vida?”, le respondí sin salir de mi asombro. Había perseguido a ese hombre por las calles de Rosario en busca de un autógrafo, que nunca conseguí, en varias oportunidades.»
Así comienza: «De niño conocí el olor de la muerte». Y así (lógicamente) termina: «Continuará…». En el medio, cuatrocientas páginas de memorias cuyo etiquetado frontal debiera advertir: altas en emoción, agudísimas en cultura pop, refinadas, bestiales, amorosas, explícitas. Fito Páez pasó el encierro pandémico recordando y escribiendo, repasando y puliendo episodios, ajustando cuentas y desarreglando todo lo demás, en un ejercicio de introspección al que la palabra «prodigioso» le queda pintada. De la infancia rosarina narrada en un travelling virtuoso al apogeo de su juventud con la locura de El amor después del amor, el recorrido es, como los mejores caminos, largo y sinuoso. Infinidad de escenarios, nombres, lugares, anécdotas, homenajes, viajes, borracheras… y la tragedia y el amor marcando el ritmo de un relato que parece rapsodia: una suma de partes que hace de este libro de memorias una larga canción perfecta.
«Sucedió más o menos así. Charly, sin saludar a nadie, se sentó a mi lado. “Por qué dicen que vos tenés mala onda conmigo?” Me quedé helado. Me abrazó y sonrió mientras encendía un joint que acababa de sacar del bolsillo de su saco. “Cómo voy a tener mala onda con vos, que sos todo en mi vida?”, le respondí sin salir de mi asombro. Había perseguido a ese hombre por las calles de Rosario en busca de un autógrafo, que nunca conseguí, en varias oportunidades.»